Es lunes de puente y el área de llegadas del aeropuerto de la Ciudad de México está a reventar. Todos los vuelos europeos llegan uno tras otro. Muchos esperamos. Yo me cuelo entre los que se van una vez reunidos con sus viajeros y los despistados que no cuidan su sitio, hasta alcanzar el mejor lugar. Planto bien los pies frente a las puertas automáticas por las que salen los pasajeros, a veces a cuentagotas, a veces en olas abarrotadas de viajeros.
En mi familia avisamos en el grupo de WhatsApp que hemos aterrizado en cuanto el avión toca tierra. A Tom le gusta el suspenso, nunca ha sido un mensajeador compulsivo como todos los demás. Por lo tanto, me asomo a las maletas de los pasajeros que salen, esperando ver las siglas de London Heathrow en las etiquetas de su equipaje.
Hay una frase popular en inglés que dice, “Absence makes the heart grow fonder”. En español sería algo así como, “la ausencia hace que crezca el cariño en el corazón”. Yo siempre pensé lo contrario, que es en la intimidad, en la vida diaria, en lo compartido, en el yo me levanto con los niños por la mañana para que duermas un rato más, en el no te preocupes por la cena lo tengo cubierto, en el que guapa estás cuando menos te lo esperas, en el calor de la cama compartida en invierno, en la cuenta de ahorros familiar, es en la honestidad - donde crece el cariño en el corazón, donde la vida de a dos toma sentido.
Estas 5 semanas lejos de mi esposo fueron un experimento interesante para comprobar o negar mi hipótesis, qué dice algo así como: es en la presencia y no en la ausencia que el amor se expande en el corazón.
Las primeras semanas fueron casi insoportables para mi. No sé estar al cuidado de mis hijos sin él. Tom es paciente, es conciliador, es creativo. Sabe contener las emociones atolondradas de mis hijos mucho mejor que yo. Sabe conciliar todas esas partes complejas de mi y regresarme a mi centro. Sabe solucionar problemas que me parecen complicadísimos con su sentido común que además de práctico es ingenioso.
Bromeo que Tom es como mi security blanket, pero mi prima me corrige, “no, Tom es un verdadero compañero para ti”. Y tiene razón. Con Tom a mi lado, todo aquello que me da miedo me parece más llevadero, lo imposible toma tintes de probable, lo tedioso es paladeable. Así mismo, lo divertido es épico, lo bonito es precioso, la felicidad es en tercera dimensión. Duermo mejor, me da más hambre, tengo más ideas, me da menos angustia.
No me malinterpreten, Tom tiene un centenar de defectos como todos los seres humanos. Nuestra relación, como toda pareja que lleva más de una década juntos, es complicada, tenemos nuestra oscuridad y nuestro equipaje, nuestros malos días, nuestro desgaste, nuestros fallos en comunicación, nuestras peleas en espiral. Pero mi vida es inmensamente mejor cuando Tom está cerca.
Después de las primeras semanas separados, el polvo se asentó y surgió una nueva rutina, un nuevo equilibrio entre mis hijos y yo. Regresando al hecho de que Tom no es un gran mensajeador compulsivo, nos mandábamos una que otra foto, intentábamos hablar a diario por FaceTime, lo que significa que sí logramos encontrar el momento adecuado entre husos horarios, la llamada era básicamente yo negociando con mi hija de un año para que me prestara el teléfono y dejara de gritar Dada Dada para yo poder platicar con su papá. Una escena súper tierna pero súper frustrante para mi.
Esta ausencia, éste extrañar, no me parecía nada romántico. Nada expansivo.
Por fin logro ver una maleta con las siglas de London Heathrow. Por un momento vuelvo a tener veinticinco, veintiséis años. Vuelvo a sentir esas mariposas en el estómago, esa piel de gallina de cuando lo venía a recoger al aeropuerto durante esos dieciocho meses que pasamos “de lejos”.
No pierdo la vista de la puerta. En uno de esos momentos de ola atiborrada de viajeros, lo encuentro entre la multitud. Su gorra negra con la A de Arsenal, su sweater rojo, su mochila de siempre. Ese andar rápido que lo caracteriza. Sus ojos azules, enormes, los reconocería donde fuera. Le digo a mi hijo de tres años, “ahí está papá”. Se pone nervioso, emocionado, alerta - lo busca con la mirada. Lo encuentra por fin. Me pongo tan nerviosa que al intentar grabar ese gran abrazo, pulso demasiadas veces el botón rojo y canceló la grabación antes de empezarla.
Doy espacio entre la multitud. Dejo que hijo y padre acaben de encontrarse, de reconocerse. Les sonrío.
Se acerca a mi.
Se ve más alto de lo que lo recordaba, su barba más rubia, su piel más pálida. Me abraza y me da un beso. Que lindo es que te abracen y te den un beso. Que te mantengan abrazada. Que te den la mano al andar.
¿Qué tal el vuelo?, pregunto.
No se ni que me contestó, no paro de verlo.
Ni él a mi.
Nos subimos al coche, me fascina verlo en México. Me encanta ver lo que mira, lo que nota. Ha estado en mi ciudad una decena de veces y aún así me parece surreal ésta suma de grandes amores, de verlo aquí, de que vea a nuestros hijos tan adaptados a éste aquí. Me gusta que el balance se invierta, que la vida sea en español, que viva ésta otra parte de mi, que coma lo que crecí comiendo, que se enamore de lo que crecí amando.
Tom nunca había estado en la Ciudad de México en primavera, me dijo que hace más calor de lo que él esperaba, que los árboles de Jacarandas le parecen azules y no morados como yo se los había descrito, que prefiere los tacos al pastor sobre los de costilla. Asiento. Soy una quinceañera que le quiere tomar la mano todo el rato, que lo quiere abrazar mientras caminamos, que quiere dormir acurrucada, asegurarse de que no tenga sed, besarlo a cada tanto.
No estoy segura de dónde estacionar mi hipótesis. Tal vez la ausencia impide construir cimientos fuertes, relaciones consistentes, amores durables. Pero tal vez la ausencia reafirma esa atracción tan ruidosa de los principios, eso tan rico de vernos frente a frente, de tocarnos, de olernos, de compartirnos en tercera dimensión.
La ausencia no hace que el cariño crezca en el corazón, pero entre extrañarnos y volver a vernos, reafirmamos la elección de hacer vida juntos. De encantarnos. De ser uno para el otro, una vez más.
Uff Tamara. Me encanto leerte. Me llega en un momento donde me pregunta esa misma hipótesis que te planteas…
Gracias por leer Juana, siempre un placer conectar contigo.